Texto - "Obras escogidas" Gustavo Adolfo Bécquer

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Tú no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el
seno de una peña, y cae resbalándose gota a gota por entre las
verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su
cuna. Aquellas gotas que al desprenderse brillan como puntos de
oro y suenan como las notas de un instrumento, se reunen entre los
céspedes, y susurrando, susurrando, con un ruido semejante al de
las abejas que zumban en torno de las flores, se alejan por entre
las arenas, y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se
oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas y saltan, y
huyen, y corren, unas veces con risa, otras con suspiros, hasta caer
en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos,
palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor
cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco, a cuyos pies
saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa
profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.

Todo es allí grande. La soledad con sus mil rumores desconocidos,
vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable
melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos
de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los
invisibles espíritus de la naturaleza, que reconocen un hermano en el
inmortal espíritu del hombre.

Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme
al monte, no fué nunca para perderme entre sus matorrales en pos
de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en
sus ondas... no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella
con mi Relámpago, creí haber visto brillar en su fondo una cosa
extraña... muy extraña... los ojos de una mujer.

Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitivo entre su espuma;
tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno, y
cuyos cálices parecen esmeraldas... no sé: yo creí ver una mirada
que se clavó en la mía; una mirada que encendió en mi pecho un deseo
absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como
aquellos.

En su busca fuí un día y otro a aquel sitio.

Por último, una tarde... yo me creí juguete de un sueño... pero no,
es verdad; la he hablado ya muchas veces, como te hablo a ti ahora...
una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que
llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa
sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas
brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas
unas pupilas que yo había visto... sí; porque los ojos de aquella
mujer, eran los ojos que yo tenía clavados en la mente; unos ojos de
un color imposible; unos ojos...