Texto - "De Sobremesa; crónicas" Jacinto Benavente

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Cada día es una nueva conquista de la libertad; esta del voto
obligatorio es una de las más preciosas. Cuando vivíamos en la creencia
de que ese voto era un derecho que la ley nos concedía graciosamente,
ahora resulta que es un deber ineludible, un deber del que no nos
habían hablado ni el Catecismo ni la Etica. Verdad es que cuando se
escribió el Catecismo y cuando nosotros estudiamos la Etica, era la ley
la que impedía a la mayoría de los ciudadanos el cumplimiento de ese
deber, al que ahora cree que ninguno debe faltar.

Hasta ahora lo mejor de ese derecho, como de casi todos los derechos,
era la facultad de no usarlo; aparte que si es bueno que todo ciudadano
intervenga en la gobernación del Estado, el abstenerse de votar era en
política, como el sueño en cuestiones literarias, una opinión de tanto
peso como cualquiera otra.

Porque veamos qué hace con su voto un ciudadano con ideas propias y
particulares. ¿Votar una de esas candidaturas impresas, de candidatos
encasillados, desconocidos para el, o demasiado conocidos? ¿Manuscribir
una candidatura de su gusto, con personas de su particular confianza y
aprecio? ¿Y qué adelantará con votarla el solo? Porque, supuesto que
haya otros ciudadanos que tampoco estén conformes con los papelitos
impresos, menos han de estarlo con el manuscrito por cualquier buen
ciudadano con los nombres de amigos muy apreciables para el, pero no
tan apreciables para su vecino.

¡Ay, bien dicen que nunca aprecia uno lo que tiene ni sabe lo que pide!

Pedimos una gracia y nos encontramos con una obligación. De este modo
no sería extraño que el día en que se votara la ley del divorcio,
en vista de que la gente no hacia tampoco gran aprecio de ella, se
impusiera también como obligatorio; porque las libertades se conceden
para eso, para disfrutarlas, ya que tanto les cuesta a los gobiernos
concederlas.

Como todo se andará al paso que vamos, la instrucción obligatoria,
el servicio obligatorio, la vacuna obligatoria, el matrimonio y el
divorcio obligatorios, el voto obligatorio, prohibida la emigración
y el suicidio muy perseguido, no será ningún contrasentido que las
futuras revoluciones liberales se hagan al grito de: ¡Abajo la
libertad! ¡No más libertades!