Texto - "Amaury" Alexandre Dumas

cerrar y empezar a escribir
A decir verdad no hay nada más grato que esas minúsculas tertulias que
en un salón elegante improvisan unas cuantas personas charlando a su
sabor, dando vueltas a una idea mientras dura el hechizo que produjo,
para abandonarla después de sacar de ella todo el partido posible,
cediendo al atractivo de otra nueva que a su vez surge en medio de las
bromas de unos, de los discreteos de otros y de las agudezas de todos,
lo cual no obsta para que súbitamente, al llegar al punto culminante de
su desenvolvimiento, se desvanezca como pompa de jabón tocada por la
dueña de la casa, que mientras sirve el te lleva de grupo en grupo el
hilo de la charla general, recopilando opiniones, pidiendo pareceres,
planteando problemas y obligando casi siempre a cada corrillo a verter
su correspondiente frase en ese tonel de las Danaides que se llama la
conversación.

Por el estilo del salón que describo hay en París cinco o seis en los
cuales no se baila, ni se carta, ni se juega, y sin embargo no se sale
de ellos nunca antes del amanecer.

Cuéntase entre estos salones el de un buen amigo mío, el conde M... Digo
amigo mío y en realidad no haría mal en decir amigo de mi padre, pues es
el caso que el conde de M... quien por nada de este mundo es capaz de
confesar motu proprio su edad (ni, por otra parte, tampoco hay quien
le pregunte sobre ella), no dejará de tener sus sesenta y tantos años
bien cabales, aunque no represente más allá de los cincuenta, gracias al
extremado esmero con que cuida su persona. Es uno de los últimos y más
genuinos representantes del tan calumniado siglo XVIII, lo cual debe sin
duda explicar la escasez de sus creencias, circunstancias que (dicho sea
en su honor), no le ha hecho caer, como a la mayoría de los incrédulos,
en el afán de empeñarse en que los demás dejen de creer también.

Puede decirse que hay en él dos principios, uno hijo del corazón y otro
del entendimiento, que mutuamente se repelen. Es egoísta por sistema y
generoso por naturaleza. Nacido en tiempo de nobles y filósofos, el
instinto aristocrático viene a equilibrar en su espíritu la
independencia del pensador. Conoció a los hombres más conspicuos del
pasado siglo. Fue bautizado por Rousseau con el título de ciudadano;
Voltaire le auguró que sería poeta; Franklin le recomendó simplemente
que fuese un hombre honrado y bueno.

Juzga el año terrible, el cruento 93, como juzgaba San Germán las
proscripciones de Sila y las matanzas de Nerón. Con escéptica mirada ha
presenciado el desfile de los asesinos, de los septembristas, y de los
guillotinadores, primero en carro y luego en carreta. Ha conocido a
Florián y a Andrés Chénier, a Demoustier y a Madama de Stael, a Bertin y
a Chateaubriand; ha rendido homenaje a madama Tallién, a madama
Récamier, a la princesa Borghése, a Josefina, y a la duquesa de Berry.
Ha asistido al encumbramiento de Bonaparte y a la caída de Napoleón. El
padre Maury y Talleyrand le llaman discípulo: es un diccionario de
fechas, un catálogo de acontecimientos, un archivo de anécdotas, una
mina de agudezas.

Nunca ha querido escribir por temor de perder su preeminencia, pero en
cambio presume de narrador.

He ahí por qué su salón, como he dicho más arriba, es uno de los cinco o
seis salones de París en los que, sin haber juego, música, ni baile, se
pasan de un modo grato las horas hasta bien entrada ya la madrugada.
Cierto es que en las esquelas de invitación escribe de su puño y letra:
Se conversará, como otros estampan: Se bailará. Fórmula es ésta que
suele alejar a banqueros y agiotistas; pero que atrae a los hombres de
ingenio, siempre gustosos de hablar; a los artistas, dispuestos a
escuchar, y a los misántropos de todo género, que nunca complacieron a
la dueña de la casa bailando un solo, con el fútil pretexto de que la
contradanza recibe ese nombre por ser lo contrario de lo que se llama
danza.

Es innegable, además, que posee un admirable talento para cortar con una
sola palabra, ya el desarrollo de cualquiera teoría que esté en pugna
con el modo de pensar del auditorio, ya toda discusión que tienda a
hacerse pesada.