Texto - "Despertar Para Morir" Concha Espina

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Su apostura elegante, su continente varonil, su gracejo y su elocuencia le daban un indiscutible dominio en sociedad, donde jugaba con el propio prestigio como con una baraja, en temerarios alardes de buena fortuna, ganando siempre.

Al mundo, a esa monstruosa entidad anónima que amedrenta a muchos hombres de talento positivo, le tenía Gracián deslumbrado con el brillo audaz de sus ojos, las vibrantes ondulaciones de su voz y el gallardo gesto de su persona. Y el terrible mundo, engañado como un niño, había tomado por admirable existencia la farsa seductora en que Gracián vivía. Mujeres fascinadas y hombres necios ó cándidos aseguraban que Gracián era un gran artista, un negociante genial, "un águila y un ruiseñor"; como decía Nenúfar, un superhombre...

Debajo de la estupenda fábula sólo había un perfecto comediante, un salteador de buenos caminos, disfrazado con arte de imaginarias virtudes. Cierto día apareció en la corte con aires de fortuna y distinción, diciendo que venía de París, en cuya Universidad había estudiado varias facultades. Como parecía rico y era guapo, y se decía
"de buena familia", fué admitido en muy selectos círculos, logrando la
amistad de personas influyentes. Tomóle bajo su protección la marquesa de Coronado, con harto detrimento de la honra y los dineros del marqués, y aquel mozo de origen oscuro subió como la espuma.

Graves disgustos costó a la de Coronado su flaqueza. Gracián no era lo que parecía. Hombre sin escrúpulos, dominante y codicioso, frío de corazón como la nieve, sólo atendía a su propio medro y a la satisfacción de su naturaleza inconstante y caprichosa.

La imaginación hacía en él las veces del sentimiento. Fabricábase un mundo de imágenes y ficciones, de rasgos fabulosos y aventuras fantásticas, y era en su pensamiento tan natural la mentira como un hecho vivo y presente. Mentía por necesidad y deporte, ejerciendo con la falsedad un arte sutilísimo, poseyendo de tal modo sus propias invenciones que las incorporaba a su vida haciéndolas reales a fuerza de creerlas y practicarlas.

Todo su poder estaba en la palabra, en aquella palabra encendida siempre en pasajeros entusiasmos; después de hablar mucho, embriagándose con ficticios ardores, quedábase como vacío. Desfloraba todas las cosas, hastiándose de ellas en cuanto las poseía.

Llegó la marquesa a conocerle a fondo cuando ya se hallaba hechizada por la sugestión de tan extraño carácter. Sufrió en silencio engaños y humillaciones, arrastrando como un castigo aquel amor culpable lleno de ingratitudes y amarguras.

Gracián no paraba mientes en tales cosas; dispuesto a la caza de
"una buena dote" que supliese la vacuidad de su imaginaria fortuna,
mariposeaba entre las mujeres aun en presencia de su amiga, la de Coronado, con una brillante y elegantísima insolencia...

Nutrióse con nuevos elementos la tertulia de los marqueses. La colonia madrileña de la playa encontraba desanimadas y "cursis" las veladas del Casino, y, tácitamente, acordaron los más distinguidos veraneantes asistir a las que en Las Palmeras se habían improvisado, encadenadas con jiras y paseos por los alrededores del balneario.

Aprovechando en aquellas gratas reuniones el conato de un silencio, la sonora voz de Gracián comenzaba con hábil estrategia un curioso relato; agrupábanse los señores complacidos en torno al orador, y al compás de un acento que repetía: "convenido... convenido..." las frentes varoniles se inclinaban en señal de aprobación; todas las atenciones quedaban sumisas al poderoso farsante, y todas las damas soñaban con ser la favorita de aquel galante taumaturgo...