Texto - "Amparo (Memorias de un loco)" Manuel Fernández y González

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¡Pues ya lo creo! dijo con el entusiasmo de un poeta el padre Ambrosio; mi vida era triste, llena de sufrimientos, llena de recuerdos, combatida por pasiones que había exacerbado la desgracia, y... si hace diez años, no hubiera encontrado a mi paso a esa niña que se arrastraba sobre sus manecitas en los corredores de la casa de vecindad donde me había llevado a vivir mi pobreza... Yo lo había perdido todo; parientes, amigos, afectos, hasta la paz de mi celda, de la cual me arrojaron las necesidades de la nación... la planta marchita y enferma que vegeta sobre un terreno ingrato, siente con delicia, y parece reanimarse al soplo de las auras de la mañana. Yo, muy semejante a una planta enferma, sentí una impresión de consuelo un día que, sentado al sol en la puerta de mi tabuco, sentí junto a mí, apoyando sus manecitas en mis rodillas, y sonriéndose (Dios me perdone) como deben sonreír los ángeles, una niña como de cuatro a cinco años. - Era Amparo. - Necesitaba afectos, y mi alma se volvió a aquella existencia pura, a aquella niña que estaba muy pobremente vestida, enflaquecida por el hambre. Supe que no tenía padres, que estaba en poder de una mujer de la misma vecindad, que la había encontrado en la calle. Y aquel desamparo en la infancia, aquella miseria en un ser tan débil, me hicieron concebir el mismo pensamiento que usted concibió cuando la encontró en medio de la noche recogiendo trapos. He hecho... cuanto he podido... en cambio, ella me ha dado acaso, la salvación de mi alma, porque estaba desesperado... y Amparo ha sido para mí un amparo de Dios, porque me ha obligado a amarla: porque amándola, he llenado mi corazón con un afecto, y he podido consolarme y esperar con resignación el fin de mi jornada.