En los tiempos modernos se ha puesto empeño en profundizar, al través
de los siglos, la historia americana, rastreando hasta los orígenes de
las primeras tribus que habitaron esta parte del mundo. Háse creído,
por algunos, que la dirección de los vientos y la de las corrientes
marinas, pudieron traer pobladores involuntarios del Asia a la América
meridional, por el Pacífico, y del Africa a las costas del Brasil, por
el Atlántico. Si alguna vez se heló el estrecho de Bering o si era
antes un istmo, no sería fácil probarlo; pero los grupos de islas
entre el Asia y la América del Norte, pudieron, en todo caso, servir de
escala para transmigraciones de un continente al otro; así como las que
se hallan en el Atlántico y en el Pacífico facilitarían la comunicación
entre la América Meridional, la Oceanía y el Africa.
"Las inmigraciones, dice el erudito autor de la historia
ecuatoriana, pudieron ser voluntarias, poniéndose algunas tribus en
camino, y haciéndose a la vela en busca de tierras donde establecerse,
pues las prolongadas sequías, el hambre, la guerra, la exuberancia
de población, obliga con frecuencia aún a los pueblos agricultores á
abandonar sus hogares y a emprender largas y penosas marchas; pero más
a menudo, las inmigraciones serían involuntarias y forzadas, viéndose
arrastrados los viajeros a puntos que ni siquiera habían imaginado. El
río negro (Kouro Siwo), de los Japoneses y la corriente marítima de
Tessán han arrojado más de una vez, en los tiempos históricos, juncos
chinos de casi trescientas toneladas a las costas de California; y así
mismo embarcaciones americanas han ido a dar en las Canarias, o desde
esas islas han venido a las costas de Venezuela, traídas por la gran
corriente del Atlántico, que corre de un hemisferio a otro, rodeado por
el golfo de Méjico.
No es muy improbable que los chinos hayan conocido la existencia de
América, pues el país de Fou-Sang, de que se habla en alguna de sus
tradiciones, parece que no puede ser otro sino la costa occidental de
Méjico en la América del Norte.
Algunas creencias religiosas; varias prácticas del culto, tanto en
Méjico como en el Perú, y sobre todo, ciertas estatuas y bajos relieves
de las célebres ruinas de Palenque en la América Central, parecen
rastros o indicios seguros de la predicación del Budismo en estas
regiones; la cual manifiesta que, en tiempos muy remotos, el antiguo
continente, estaba en comunicación con el nuevo.
Si se observa con cuidado la fauna del extremo setentrional de la
América y también la flora, se encontrará que una gran parte del
continente antiguo tiene, bajo ese respecto, no sólo semejanza sino
hasta casi identidad con las regiones americanas próximas, y esta
identidad es mayor en la fauna y en la flora paleontológicas. De donde,
acaso podría deducirse que en épocas geológicas anteriores a la actual,
la América estuvo unida por el Norte al Asia y a la Europa, formando un
solo continente.
La posibilidad de inmigraciones del continente antiguo al continente
americano, ya no puede ser puesta en duda. Las tradiciones de los
pueblos americanos conservan además el recuerdo de inmigraciones
antiquísimas, à las que estaba unido el origen de ellos, y su
establecimiento en los países en que los encontraron los conquistadores
europeos. Y ¡cosa notable! todas esas tradiciones hacen venir del
Norte las tribus a que se refieren: el Norte ha sido, pues, en la
historia de América, como en la de Europa, el punto de partida de las
grandes inmigraciones. La Historia antigua del Ecuador ha conservado
vivo el recuerdo de la famosa inmigración de los Caras a las costas de
Esmeraldas sobre el Pacífico: los Caras llegaron navegando en grandes
balsas y, a lo que parece, venían de algún punto situado al Noreste.
Pero esta inmigración podemos decir que es muy moderna; y, como todas
las demás inmigraciones de que se conserva memoria en America, los
recién llegados encontraron ya pobladas las regiones, adonde aportaron.
¿Se podrá fijar una época en que haya principiado a ser poblada la
América?
Los constructores de los grandes atrincheramientos, los que levantaban
altozanos y túmulos, los edificadores de habitaciones fortificadas en
las rocas, ¿llegarían también a la América meridional?
El continente americano, acaso, no ha tenido en todos tiempos la
misma extensión ni la misma configuración física que tiene ahora. El
período glacial debió haber producido hondas modificaciones en la
corteza terrestre, y, hasta ahora, no conocemos bien ni su duración ni
las causas que lo produjeron. No obstante, la existencia de enormes
mamíferos, cuyos huesos fósiles se encuentran en abundancia, hace
presumir que nuestro continente, en las épocas terciaria y cuaternaria,
ha sufrido modificaciones trascendentales en su superficie. Cuando
esos gigantescos paquidermos, cuando esos colosales desdentados y
prosbocídeos vagaban por nuestro suelo, acaso la gran cordillera de los
Andes todavía no se había elevado. Las condiciones que para la vida
animal se encontraban entonces en América, debieron ser muy diversas
de las que ofrece actualmente: aquellos colosos del reino animal
necesitaban en verdad un clima, una temperatura y unos alimentos que no
hallarían ahora, si vivieran en los mismos lugares donde han existido
antes, como lo manifiesta la abundancia de sus restos fósiles. Durante
la época glacial, la dirección de los vientos, la abundancia de las
lluvias y los demás fenómenos meteorológicos debieron ser muy variados.
Las aguas del mar no se aumentan, pero la corteza sólida de la tierra
se levanta o se deprime gradualmente, por causas que todavía nos son
desconocidas: observamos el fenómeno, apreciamos los hundimientos y los
levantamientos del terreno, en puntos determinados de mayor o menor
extensión, pero la ciencia no puede darnos todavía de estos hechos una
explicación satisfactoria. ¿Cuál sería el aspecto de la América antes
de la formación de la cordillera de los Andes? ¿Qué ríos la regaban
entonces? ¿Cuál era el clima que reinaba en ella?
Lo ordinario es que las transformaciones que se observan en el globo
terrestre se produzcan lenta y paulatinamente: un fenómeno tan
trascendental como el levantamiento de la cordillera de los Andes,
debió ocasionar cambios y mudanzas muy grandes en toda la superficie de
nuestro planeta. Acaso lo que era tierra continental pasó a ser fondo
de los mares en algunas partes, y se rompió el antiguo equilibrio entre
los océanos, produciendo variaciones asombrosas en la distribución
primitiva de las aguas y de los continentes en todo el globo terrestre.
Acaso, también, entonces fué cuando desapareció aquel gran continente,
denominado la Atlántida, en las tradiciones egipcias y helénicas no
destituidas de todo fundamento.
El abate Brasseur de Bourbourg ha supuesto que el continente americano
ocupaba, en un principio, el golfo de México y el mar Caribe, y se
extendía en forma de península al través del Atlántico, de tal suerte
que las islas Canarias pudieron haber formado parte de él. Toda esta
porción extendida del continente fué, hace muchas edades, sumergida por
una tremenda convulsión de la naturaleza, acerca de la cual han quedado
tradiciones y documentos escritos en varios pueblos americanos.
Yucatán, Honduras y Guatemala también fueron sumergidas; pero el
continente después se elevó lo bastante para rescatarlos del océano.
Muchos hombres de ciencia opinan que hubo en un tiempo vasta extensión
de tierra firme entre Europa y América. Con todo, esa teoría del
erudito anticuario francés ha sido combatida por historiadores
eminentes como Bancroft, quien encuentra más aceptable el admitir que
la raza americana es autóctona, confesando en todo caso, que hasta hoy
no está resuelta esa cuestión de orígenes.
de los siglos, la historia americana, rastreando hasta los orígenes de
las primeras tribus que habitaron esta parte del mundo. Háse creído,
por algunos, que la dirección de los vientos y la de las corrientes
marinas, pudieron traer pobladores involuntarios del Asia a la América
meridional, por el Pacífico, y del Africa a las costas del Brasil, por
el Atlántico. Si alguna vez se heló el estrecho de Bering o si era
antes un istmo, no sería fácil probarlo; pero los grupos de islas
entre el Asia y la América del Norte, pudieron, en todo caso, servir de
escala para transmigraciones de un continente al otro; así como las que
se hallan en el Atlántico y en el Pacífico facilitarían la comunicación
entre la América Meridional, la Oceanía y el Africa.
"Las inmigraciones, dice el erudito autor de la historia
ecuatoriana, pudieron ser voluntarias, poniéndose algunas tribus en
camino, y haciéndose a la vela en busca de tierras donde establecerse,
pues las prolongadas sequías, el hambre, la guerra, la exuberancia
de población, obliga con frecuencia aún a los pueblos agricultores á
abandonar sus hogares y a emprender largas y penosas marchas; pero más
a menudo, las inmigraciones serían involuntarias y forzadas, viéndose
arrastrados los viajeros a puntos que ni siquiera habían imaginado. El
río negro (Kouro Siwo), de los Japoneses y la corriente marítima de
Tessán han arrojado más de una vez, en los tiempos históricos, juncos
chinos de casi trescientas toneladas a las costas de California; y así
mismo embarcaciones americanas han ido a dar en las Canarias, o desde
esas islas han venido a las costas de Venezuela, traídas por la gran
corriente del Atlántico, que corre de un hemisferio a otro, rodeado por
el golfo de Méjico.
No es muy improbable que los chinos hayan conocido la existencia de
América, pues el país de Fou-Sang, de que se habla en alguna de sus
tradiciones, parece que no puede ser otro sino la costa occidental de
Méjico en la América del Norte.
Algunas creencias religiosas; varias prácticas del culto, tanto en
Méjico como en el Perú, y sobre todo, ciertas estatuas y bajos relieves
de las célebres ruinas de Palenque en la América Central, parecen
rastros o indicios seguros de la predicación del Budismo en estas
regiones; la cual manifiesta que, en tiempos muy remotos, el antiguo
continente, estaba en comunicación con el nuevo.
Si se observa con cuidado la fauna del extremo setentrional de la
América y también la flora, se encontrará que una gran parte del
continente antiguo tiene, bajo ese respecto, no sólo semejanza sino
hasta casi identidad con las regiones americanas próximas, y esta
identidad es mayor en la fauna y en la flora paleontológicas. De donde,
acaso podría deducirse que en épocas geológicas anteriores a la actual,
la América estuvo unida por el Norte al Asia y a la Europa, formando un
solo continente.
La posibilidad de inmigraciones del continente antiguo al continente
americano, ya no puede ser puesta en duda. Las tradiciones de los
pueblos americanos conservan además el recuerdo de inmigraciones
antiquísimas, à las que estaba unido el origen de ellos, y su
establecimiento en los países en que los encontraron los conquistadores
europeos. Y ¡cosa notable! todas esas tradiciones hacen venir del
Norte las tribus a que se refieren: el Norte ha sido, pues, en la
historia de América, como en la de Europa, el punto de partida de las
grandes inmigraciones. La Historia antigua del Ecuador ha conservado
vivo el recuerdo de la famosa inmigración de los Caras a las costas de
Esmeraldas sobre el Pacífico: los Caras llegaron navegando en grandes
balsas y, a lo que parece, venían de algún punto situado al Noreste.
Pero esta inmigración podemos decir que es muy moderna; y, como todas
las demás inmigraciones de que se conserva memoria en America, los
recién llegados encontraron ya pobladas las regiones, adonde aportaron.
¿Se podrá fijar una época en que haya principiado a ser poblada la
América?
Los constructores de los grandes atrincheramientos, los que levantaban
altozanos y túmulos, los edificadores de habitaciones fortificadas en
las rocas, ¿llegarían también a la América meridional?
El continente americano, acaso, no ha tenido en todos tiempos la
misma extensión ni la misma configuración física que tiene ahora. El
período glacial debió haber producido hondas modificaciones en la
corteza terrestre, y, hasta ahora, no conocemos bien ni su duración ni
las causas que lo produjeron. No obstante, la existencia de enormes
mamíferos, cuyos huesos fósiles se encuentran en abundancia, hace
presumir que nuestro continente, en las épocas terciaria y cuaternaria,
ha sufrido modificaciones trascendentales en su superficie. Cuando
esos gigantescos paquidermos, cuando esos colosales desdentados y
prosbocídeos vagaban por nuestro suelo, acaso la gran cordillera de los
Andes todavía no se había elevado. Las condiciones que para la vida
animal se encontraban entonces en América, debieron ser muy diversas
de las que ofrece actualmente: aquellos colosos del reino animal
necesitaban en verdad un clima, una temperatura y unos alimentos que no
hallarían ahora, si vivieran en los mismos lugares donde han existido
antes, como lo manifiesta la abundancia de sus restos fósiles. Durante
la época glacial, la dirección de los vientos, la abundancia de las
lluvias y los demás fenómenos meteorológicos debieron ser muy variados.
Las aguas del mar no se aumentan, pero la corteza sólida de la tierra
se levanta o se deprime gradualmente, por causas que todavía nos son
desconocidas: observamos el fenómeno, apreciamos los hundimientos y los
levantamientos del terreno, en puntos determinados de mayor o menor
extensión, pero la ciencia no puede darnos todavía de estos hechos una
explicación satisfactoria. ¿Cuál sería el aspecto de la América antes
de la formación de la cordillera de los Andes? ¿Qué ríos la regaban
entonces? ¿Cuál era el clima que reinaba en ella?
Lo ordinario es que las transformaciones que se observan en el globo
terrestre se produzcan lenta y paulatinamente: un fenómeno tan
trascendental como el levantamiento de la cordillera de los Andes,
debió ocasionar cambios y mudanzas muy grandes en toda la superficie de
nuestro planeta. Acaso lo que era tierra continental pasó a ser fondo
de los mares en algunas partes, y se rompió el antiguo equilibrio entre
los océanos, produciendo variaciones asombrosas en la distribución
primitiva de las aguas y de los continentes en todo el globo terrestre.
Acaso, también, entonces fué cuando desapareció aquel gran continente,
denominado la Atlántida, en las tradiciones egipcias y helénicas no
destituidas de todo fundamento.
El abate Brasseur de Bourbourg ha supuesto que el continente americano
ocupaba, en un principio, el golfo de México y el mar Caribe, y se
extendía en forma de península al través del Atlántico, de tal suerte
que las islas Canarias pudieron haber formado parte de él. Toda esta
porción extendida del continente fué, hace muchas edades, sumergida por
una tremenda convulsión de la naturaleza, acerca de la cual han quedado
tradiciones y documentos escritos en varios pueblos americanos.
Yucatán, Honduras y Guatemala también fueron sumergidas; pero el
continente después se elevó lo bastante para rescatarlos del océano.
Muchos hombres de ciencia opinan que hubo en un tiempo vasta extensión
de tierra firme entre Europa y América. Con todo, esa teoría del
erudito anticuario francés ha sido combatida por historiadores
eminentes como Bancroft, quien encuentra más aceptable el admitir que
la raza americana es autóctona, confesando en todo caso, que hasta hoy
no está resuelta esa cuestión de orígenes.